Las crónicas de Don Chon

REALIDAD Y ESPEJOS

Hay un equipo de futbol que compite en las ligas recreativas de Los Angeles llamado el Real Zamora. Nombrado así en honor al municipio en el estado de Michoacán, México; no en honor a un conocido escritor sonorense y sus derivados, como algunos de sus fanáticos piensan (tanto del equipo como del letrado).

Hablando de los fanáticos, el más famoso de ellos, quien de cariño bautizó al equipo: El Realito, es Don Chon (un hombre de negocios local); quien usualmente los lunes asiste a los partidos en apoyo a su equipo favorito de la “Universal 11×11 League – Los Angeles River” ©®.

No cuenta con una gran cantera el equipo, a veces aventándose juegos enteros sin jugadores en la banca; pero sí con integrantes emprendedores y con sus debidas personalidades peculiares. Esto último usualmente requerido en cualquier equipo deportivo.

Está el mediocampista chicano que trata de ilustrar lo que está sucediendo dentro de la cancha con un dicho… lamentablemente los mismos se quedan a medias y/o les inventa un nuevo desenlace: “es que estamos llegue y llegue y llegue al área, y ya saben lo que dicen: tanto va el cántaro por agua que pues, o sea, se rompe el cántaro ¿no?”—dice Don Chon que su favorita fue: “es que ya ven que el juego es como la del árbol y un columpio, o sea, el columpio pues va pa’ enfrente y va pa’trás ¿no?”.

Y así nos vamos: un delantero que es tan talentoso como es mercurial, un mediocampista que habla en gangsta’ rap noventero, el veterano que recuerda tanto a Salinas de Gortari como al primer presidente Bush, y todas las demás posibilidades dentro de los colores del aura humana.

Por supuesto que a estas alturas Don Chon los conoce a todos y le gusta mantenerse informado de los porvenires del Realito. Por lo que hace unas semanas, cuando Don Chon no se presentó al campo de juego en sucesión, me envió una paloma de texto para que me reportara a su cuartel (los abarrotes) a dejar el reporte del chisme…

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En esa ocasión el reporte oficial, que después sería repetido en Radio Formula y el Arizona Rancher’s Journal, era respecto a tres jugadores de la plantilla (a quienes llamaremos Felipe, Carranza, y, Pech, debido a los diversos niveles de legalidad e ilegalidad de sus historias), quienes pareciera se toman en serio eso de “quebrar tobillos”—dice Don Chon que son el yin del yang compuesto por “El Buitre” Butragueño, Philip Lahm (nunca expulsados en sus carreras) y Gary Lineker (cero expulsiones y cero amonestaciones, históricamente).

Pech, grande en proporción y peso, tiene también grandes ímpetus dentro del terreno de juego. Ahí lo pueden observar corriendo desde su propia área hasta el medio campo, con el propósito único de protestarle al árbitro o de empujar a un jugador del equipo contrario.

En uno de los juegos que le reportaba al Don, el árbitro confrontó a Pech… bueno, más bien Pech confrontó al silbante:

“¡¿Por qué no marcas bien?!” cuestionó el jugador del Real Zamora.

“No me diga como marcar” respondió el susodicho.

“Tan siquiera córrale cabrón” le susurró al oído Pech.

A final de cuentas el jugador del Realito pareció salirse con la suya, ya que el silbante solamente mostró la tarjeta de amonestación al jugador con el dorsal número 969, osease Pech.

Pareció—le dije a Don Chon, quien se había perdido dos encuentros esa semana—por que al terminar el partido y entregar su cédula el silbante al organizador del torneo, este último se acerco al entrenador/capitán/aguador del Real Zamora: el Calvo Aboytes (a quien también le regalaremos la defensa del anonimato, ¿por qué no?). Le dijeron al Calvo Aboytes que Pech iba a ser suspendido por acumulación de tarjetas.

Mientras que Pech, cuestionado por sus compañeros, renegaba: “nomás llevo cuatro wey”—“no m’ms’s el cuarto partido de la temporada” entrometió correctamente el Don.

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La bondad o disque inocencia deportiva de Pech, no parece hacer eco tanto en Felipe (número 441) como en Carranza (número 696). Ambos jugadores ya tienen una trayectoria histórica con el Realito: uno es cuñado y otro es “compa” del Calvo Aboytes; así que su lugar en la escuadra deportiva no es cuestionado.

Lo que los analistas—entre ellos John Laguna, André Marin y hasta el bufón de Martinoli, que no le caen bien a Don Chon—cuestionan en este dúo es: el temple y el comportamiento en el campo de juego.

Felipe, con todo y el collar del arcoiris que carga, tiene una tendencia de jugar como si Germán Villa hubiera inhalado el alma de Isaac Terrazas; lo que como consecuencia deja una multitud de encontronazos, empujones y tarjetas rojas. Por su parte Carranza parece que todavía lleva el recuerdo mitocondrial de villistas y zapatistas.

Peor tantito cuando se empalman las broncas de uno con las de otro. Como sucedió el día jueves contra el equipo rojo—“pos’ ya sabe que no” dijo Don Chon al preguntarle si comenzará a ir los jueves como me encargó el Calvo Aboytes.

Dominaba el Realito y el marcador se mostraba 3 a 1 a favor de los negriamarillos—retomé la narrativa—cuando faltando aproximadamente unos 15 minutos de juego se desató un caos violento y vergonzoso.

En el campo, Felipe decidió entrarle por detrás y con los tachones en alto a un contrincante que se dirigía directamente, y sin acompañamiento, al guardameta del Realito. Se la pagaron con una expulsión de esas de roja directa.

Uno podría darle el beneficio de la duda a Felipe y decir que “se le fue el rollo”, pero como Don Chon mismo dice: “ya está medio ruco el amigo”. Y es que es mañoso para jugar (por no decirle más feo). Es de esos que te pisan la punta del pie para evitar que ganes un balón en el juego aéreo o que buscan conectarte con el codo en las costillas cuando peleas el balón dividido—“canchero” dice siempre Don Chon.

Si al momento de ser expulsado Felipe hubiese aceptado su castigo prontamente con el orgullo herido, otro chisme se le pasaría al buen comerciante. Pero en lo que unos alegaban que no iba directo y en lo que el número 441 cortaba mangas a diestra y siniestra, amenazando con tirar jodazos a lo loco; súbitamente se escuchó a Carranza gritar: “¡órale cabrón!”.

Acto seguido las cámaras captaron el momento justo en el que el número 696 conectó un codazo (nótese, no un jodazo) en el parietal derecho de un jugador de rojo. El jugador del equipo contrario recibió el contacto, lo asimiló y le regresó el detalle al jugador del Realito en cuestión de segundos y centésimas.

Y ahora sí, a soltar chingazo y medio.

“¡No mames, cada pinche partido!” fue el slogan final de dicha pelea y contienda. Terminando la noche prometedora con un amargo y hediondo 3 a 3 final—“que por supuesto supo más a derrota que a otra cosa para el Real Z” sentencié el reporte y me retiré.

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Es como Don Chon repite los lunes, jueves, o fines de semana: “pos’ uno tiene que aceptar los resultados; tenga o no tenga que ver con los mismos pues”. Me parece que se refiere a que a veces se pierden los partidos no por que se hayan hecho totalmente mal las cosas, a veces es porque un jugador de entre los once perjudicó a los demás.

Yo pienso que tiene razón el amable abarrotero. Y es una razón que se aplica tanto en el deporte como en la vida: de igual manera tenemos que aceptar leyes o reglas que nos gusten o no.

Hoy en día en las tierras del Realito, ciudadanos y misceláneos tienen que aceptar las leyes de un presidente de color sospechosamente naranja. No por que uno (el uno literal) tenga la culpa; a veces es por que el 58% de las mujeres blancas, 7 de cada 10 hombres blancos y un montón de cubanos en Florida (#NeverForget) lo decidieron con sus votos un día de noviembre.

Bien dijo el Calvo Aboytes al final del partido reportado, otra vez como capitán/entrenador/aguador: “Oye wey, pero y sí, ahí a la otra sin pleitos. Que si vienen los chota, amanecemos mi compa y yo en México; ¿y mis hijos? acá bien gracias se quedan sin su jefe”.

O, en palabras del portavoz del Realito: “pues es que, o todos traemos la cola así, ya saben, larga… o pues, entonces, andamos todos sin cola ¿no?”

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